La crisis ha dejado un paisaje desolador: casi una de cada cuatro empresas está en quiebra técnica y la deuda nacional ya supera los históricos 1.311 billones de euros. Por suerte, las empresas están encontrando fórmulas de resiliencia.
Empezando por la financiación con capital riesgo, siguiendo por las reestructuraciones de corte digital, y siguiendo por la cooperación; o lo que en el mundo empresarial se conoce como coopetación.
Es decir, colaborar directamente con la competencia para reforzar debilidades y encontrar sinergias de gran valor en un mercado tan dinámico y cambiante como el actual.
Es este mismo enfoque el que ahora acoge la primavera de las conocidas como Joint Ventures.
Hoy en MÁSMÓVIL Negocios exploramos esta estrategia de crecimiento y explicamos cómo puede llegar a beneficiar a startups y proyectos de emprendimiento en fases de despegue.
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¿Qué es una Joint Venture?
Aunque se suele estudiar como un modelo de desembarco empresarial en mercados externos, la realidad es que la Joint Venture encuentra su espacio en un marco mucho más amplio y versátil.
Tal y como la define el analista Marshall Hargrove, esta no es más que “un acuerdo comercial en el que dos o más partes fijan poner en común sus recursos para realizar una tarea específica. Esta puede ser un nuevo proyecto o cualquier otra actividad empresarial”.
En una Joint Venture las dos partes se reparten la responsabilidad frente a beneficios pero también a pérdidas y costes asociados. Eso sí, lo hacen manteniendo su integridad comercial y sus propios intereses estratégicos.
“Esta asociación no compromete la independencia jurídica de cada uno de sus miembros, es decir, de las empresas, personas u organizaciones que la forman”, recuerda Alba Salcido, de JL Casajuana abogados. “Solamente les une una finalidad comercial”.
Así, en la práctica la JV no deja de ser un ejercicio de coopetación temporal contextualizado. Por eso, lo habitual es que se den entre empresas del mismo sector, que buscan o bien llegar a un país en el que no tienen presencia, o bien ampliar posición de mercado.
“Las Joint Ventures que por lo general tienen más éxito, son aquellas en las que la asociación entre los miembros se da al mismo porcentaje, es decir, cuando cada una de ellas tiene el cincuenta por ciento”, añade Salcedo.
Tipos de Joint Venture
El contenido del contrato entre las partes es lo que determinará el tipo de JV establecida. Como denominador común, toda la clasificación comparte la cesión de responsabilidades económicas, de recursos y, claro, conocimientos.
Así, y sin discriminar otras definiciones de la extensa literatura que existe al respecto, podemos encontrar Joint Ventures:
- De Coinversión: las empresas ponen gran cantidad de recursos en una misma dirección para generar utilidades compartidas mayores en nuevos mercados o entornos con economías de escala.
- Concentrativas: aquellas en las que se reubican los núcleos de negocio y las operaciones bajo un mando de negocio centralizado, a fin de optimizar tiempos y recursos.
- BOT (Build/Operate/Transfer): también conocidas como de inversión, estas JV están sostenidas sobre la necesidad de desarrollar actividades económicas determinadas.
- Estratégicas: las partes no suman capital, sino que lo ponen directamente a disposición de los contratantes para materializar los esfuerzos necesarios de cara a los objetivos.
- Equity Joint Ventures (EJV): se crea una nueva sociedad paralela con personalidad jurídica propia, que no afectará a cada una de las empresas, y que servirá de brazo ejecutor compartido para los intereses del acuerdo. Útiles a la hora de repartir el pago de impuestos.
- Non-Equity Ventures (CJV): en lugar de formar una sociedad, las partes firman una serie de contratos de colaboración con cláusulas en las que se definirán las responsabilidades de cada una.
- Horizontales, verticales y conglomerados: dependiendo de si pertenecen a la misma fase de la cadena de valor, a distintos estadios, o directamente a actividades económicas diferentes.
Síntesis mejorada de la fusión ¿o paso previo?
Existe la falsa creencia de que para crecer, las empresas necesitan o bien derrotar a la competencia o bien absorberla a través de una operación de M&A. La Joint Venture abre una posibilidad distinta.
Esta fórmula permite unir recursos y conocimientos sin comprometer la autonomía ni destruir la utilidad objetiva de las empresas. Frente a mercados en constante transformación, es la llave ideal para responder reactivamente al entorno.
La Joint Venture permite así reducir los peligros habituales de cualquier fusión, defendiendo intangibles y estrategias conocidas para los clientes. Cada empresa puede seguir explotando su marca y sus productos, sin renunciar a los potenciales nichos abiertos solo a entidades más fuertes.
Ahora bien la flexibilidad tiene un coste asociado: la duración. Y es que todo contrato de JV ha de reflejar el límite del acuerdo bajo unos supuestos que dependerán de los objetivos a alcanzar en cada caso.
Es frecuente encontrar como resultado final de la Joint Venture una fusión. La unión de intereses fue así lo que llevó a Sony a comprar Ericsson tras su acuerdo, o a Nokia adquirir la parte de Siemens implicada en su contrato.
La Joint Venture en la dimensión startup
Las startups, por su necesidad de financiación constante y su escaso recorrido, son el tipo de empresas más abiertas a formar Joint Ventures. Estas pueden darse entre proyectos de mismo nivel o en una suerte de apadrinamiento.
Es decir, que una compañía más grande decida formalizar el acuerdo con una startup más pequeña en una relación simbiótica: una obtiene tecnologías y propiedades intelectuales específicas, y la otra capital, cadenas de distribución y poder de negociación.
¿Son perfectas las JV? No. De hecho, aunque son más seguras que las fusiones y absorciones, también acarrean múltiples peligros.
“La Joint Venture solo será efectiva si existe una verdadera voluntad por parte de sus miembros de avanzar juntos, ya que los contratos firmados llegan a carecer de valor si la confianza mutua entre sus miembros y la aceptación de los términos fijados en los mismos no están presentes”, matiza Salcedo.
Si no existe una voluntad real y transparente por ambas partes, lo más probable es que el fracaso se traduzca en pérdida de capital invertido, hurto de tecnología y conocimientos, o incluso daños reputacionales.
En el caso de las startups, además, el encaje del acuerdo se hace especialmente complicado si los intereses de los inversores que respaldan los proyectos no se amoldan correctamente.
Coopetir sí, pero con precaución
El éxito o fracaso de una Joint Venture depende en gran medida del tiempo que las partes inviertan en la elaboración del contrato o la sociedad. Si está bien formalizado, en ese documento se reflejarán las garantías de cada empresa.
¿Qué sucede si se peca de conformismo o exceso de confianza? Lo más plausible es que la flema competitiva aflore entre los socios, echando por tierra aquello que los unía en un primer momento. Y no solo eso:
- Choque cultural: pese a no existir una integración como tal de organizaciones, las culturas implicadas deben ser lo suficientemente permeables como para afrontar la Joint Venture sin generar reacciones internas.
- Limitación de oportunidades: las cláusulas del contrato pueden terminar provocando el efecto contrario al que se busca. Esto es, limitando las actividades externas ajenas de cada una de las partes.
- Desequilibrios en la participación: es vital que cada empresa mantenga el mismo porcentaje de responsabilidades. El capital condiciona el poder de negociación, y si hay desequilibrios habrá disyuntivas insostenibles a largo plazo.
- Opacidad y decepciones: sin transparencia plena, una empresa puede esperar objetivos irreales de la otra. Por eso, antes de toda JV es crucial llevar a cabo un profuso proceso de investigación.
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