El camino del emprendimiento es duro, y quien sea capaz de opinar lo contrario puede sentirse muy satisfecho. El largo proceso por el que pasan aquellos atrevidos que han decidido dar el paso de cumplir el sueño empresarial está cargado de baches, pero recuerda, no hay nada más fuerte que el deseo de cumplir un sueño.
Para ayudarte a comprender que detrás del esfuerzo siempre hay recompensa, aunque sea la simple experiencia de haberlo intentado, te ofrecemos dos rápidas lecturas con las que impulsar tus metas y no caer ante las promesas de falsos gurús.
La liebre y la tortuga
Una tarde cualquiera de verano, paseando por el campo, una liebre se topó con una pequeña tortuga que andaba muy lenta. Altanera, la liebre se mofó del tamaño de sus patas y de su velocidad, pues apenas ella alcanzaba a dar un paso y la liebre daba varios brincos. Segura de sí misma, la tortuga retó a la liebre: "estoy convencida de que, aunque seas muy rápida, soy capaz de ganarte en una carrera". Sorprendida, como cabría esperar, la liebre aceptó.
Tras iniciar la competición y tras comprobar después de varios minutos que la tortuga apenas había avanzado unos pasos, la liebre decidió echarse una siesta a la sombra fresca de un árbol. A su ritmo, y sin perder la paciencia, la tortuga fue caminando y caminando hasta pasar junto a su compañera, aún dormida, y finalmente llegó a la meta.
Moraleja: Para llegar antes no hace falta ser el más veloz, sino no cesar nunca en nuestro objetivo.
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El rey desnudo
Hans Christian Andersen describió la historia de cómo dos charlatanes, que se hacían presentar como los mejores sastres del mundo, llegaron a la corte de un rey para agasajarlo con la confección del mejor traje de todos los tiempos. Como muestra de la excepcional calidad y talento, los sastres aseguraron que el diseño tenía la capacidad de ser transparente a ojos de los estúpidos.
Nervioso por no estar seguro de poder verlo, el rey mandó a supervisar la confección a dos hombres de su confianza. Contagiados por la vergüenza de no ser capaces de ver tela alguna, ambos mintieron y aseguraron al monarca haber encontrado un traje maravilloso. El día del desfile, donde el rey luciría la prenda, la excitación contagiaba a todo el pueblo. Algo apabullado, el rey emprendió el camino avergonzado por no poder ver el traje y simulando orgullo en su porte. Los asistentes, también intimidados, callaron hasta que un inocente niño alzó la voz para exclamar: ¡El rey va desnudo!
Moraleja: Alerta con los charlatanes.
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