Tal y como recoge el propio Ministerio de Sanidad, en España un 17,4% de la población mayor de edad padece de obesidad. No es un simple número, sino una fuente de problemas sociales, culturales y hasta económicos.
Es prácticamente imposible calcular qué porcentaje de estos afectados por la genética y los malos hábitos de alimentación forman parte de las empresas, pero sí existen estudios suficientes para conocer su efecto aproximado.
Productividad, competitividad, compromiso, resiliencia. El sector privado también ha de hacerse responsable de un problema que le golpea directamente.
En MÁSMÓVIL Negocios recogemos todo lo que se conoce sobre los efectos del sobrepeso y la obesidad en el día a día de los trabajadores, y recuperamos algunos consejos útiles a aplicar.
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Más allá de la estética
Para el Estado la obesidad supone un factor importante en la salud de las arcas públicas. Hablamos de unos 5.000 millones de euros al año dedicados a paliar los síntomas de salud provocados por el exceso de peso.
Supone en torno al 7% de los gastos totales de la Seguridad Social, siempre y cuando se preste atención a personas alineadas con la definición más específica de la “obesidad”.
Para adultos es considerada como tal cuando el Índice de Masa Corporal supera los 30 puntos. El sobrepeso se diagnostica cuando esta relación entre el peso y la altura sobrepasa los 25 puntos.
Ahora bien, a efectos prácticos no existen diferencias entre uno y otro. Quizás sí en la gravedad de los efectos, pero no en los focos del problema.
¿Qué papel juegan las empresas en este problema? Los enfoques clásicos respaldaban un desentendimiento amparado en el factor social de la obesidad, pero estos han ido dejando paso a otros acercamientos más holísticos en los últimos años.
Y es que, tener empleados con obesidad no es una simple cuestión de estética. De acuerdo con el NICE, un trabajador con esta afección coge, de media, cuatro días más de baja por enfermedad al año que alguien normopeso.
Yendo al caso más extremo, una organización con 1.000 empleados en plantilla estaría perdiendo más de 100.000 euros al año debido a problemas de salud, y por ende, de productividad.
En la misma línea, un informe del Bank of America and BofA Securities, la obesidad en Europa le costaba a las empresas 160.000 millones de dólares anuales. Cantidad que no deja de aumentar año tras año.
Depresión, incapacidad, fragilidad general
La presión social puede llevar a una persona con sobrepeso a desarrollar trastornos de la alimentación o incluso trastornos psicológicos. Sea cual sea el efecto, la víctima principal siempre es el rendimiento.
Para la Organización Internacional del Trabajo el exceso de peso puede llegar a disminuir un 20% la capacidad productiva de un empleado. La FAO eleva esa cifra hasta el 50% en el caso de la obesidad.
“Todos los efectos del sobrepeso y la obesidad pueden repercutir negativamente en la actividad laboral”, explica Sonia Vidal, Jefa de la Unidad de Investigación del Hospital Asepeyo Coslada. Algo especialmente grave en el caso de trabajos físicos y/o de riesgo.
“La hipertensión arterial, como complicación cardiovascular, incrementa la probabilidad de infartos o accidentes cerebrovasculares”, añade.
“La diabetes puede condicionar la aparición de retinopatías que afectan a la visión, así como situaciones de hipoglucemia con riesgo de mareos y desvanecimientos que incrementan la siniestralidad en trabajos manuales y de precisión”.
Todo ello sin olvidar “las posibles alteraciones psicológicas, como depresión y aislamiento social”. El periodista Christopher Wanjek refuerza dicha idea asegurando que “las empresas se perjudican a sí mismas al no ofrecer mejores opciones de alimentación”.
Cómo luchar contra la obesidad en la oficina
La empresa no tiene capacidad para influir sobre el componente genético que participa en el desarrollo de la obesidad, pero sí sobre los factores sociales y culturales.
Por eso los expertos siempre trabajan en pro de la pedagogía y la recomendación. Antes, claro, hay que contextualizar la situación en función de si la actividad demanda un gran esfuerzo físico o no.
No es lo mismo pasar ocho horas en la oficina que cargar palés. Para los primeros sería más apropiada “una alimentación ligera, con bajo contenido en grasas, con los nutrientes necesarios para prevenir o recuperar sobrecargas del sistema nervioso”, apunta la técnica Carmela de Pablo Hernández.
Así, este mismo año la Sociedad Española de Salud y Seguridad en el Trabajo presentó una serie de pautas a seguir por las compañías:
- Informar y concienciar sobre el reconocimiento de la obesidad: los empleados deben ser que es una enfermedad aceptada y estudiada como un riesgo laboral más.
- Aconsejar el seguimiento de hábitos saludables: se puede llegar a recomendar incluso el movimiento contrario al sedentarismo absoluto durante la propia jornada en la oficina.
- Facilitar el acceso a material de apoyo: desde programas informáticos a aplicaciones que les permitan realizar un “seguimiento continuado de su actividad física”.
- Promover la alimentación saludable: con ofertas adecuadas en el espacio de trabajo o poniendo a disposición “los medios o instalaciones necesarias para el consumo de su propia comida casera”.
- Ofrecer reconocimientos médicos específicos: especialmente a aquellos trabajadores con obesidad diagnosticada, “que deseen beneficiarse de ellos para el mejor control de su peso”.
La empresa especializada en servicios de actividad física Gympass rescata otros consejos incluso más prácticos:
- Animar a los empleados a que consuman toda su hora de comida.
- Facilitar la afiliación subvencionada a gimnasios.
- Permitir un horario más flexible que facilite la conciliación.
- Crear un ambiente saludable en la oficina.
- Apostar por técnicas de gamificación enfocadas a la pérdida y el control de peso.
Las empresas nunca podrán tener el control total de la salud de sus trabajadores, pero todo esfuerzo es valioso en una lacra que las organizaciones suelen excluir de sus planes y presupuestos.
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