En un mundo azotado por la polarización social, la crisis medioambiental, y la agudeza de las desigualdades, las empresas se están viendo empujadas a endurecer las exigencias autoimpuestas como parte de sus políticas de RSC.
La crisis del coronavirus ha permitido que los intangibles se revaloricen hasta niveles nunca antes vistos, y que los objetivos conservadores de sostenibilidad reduzcan plazos, incentivando reestructuraciones.
Hoy, 5 de junio, se celebra el Día Mundial del Medioambiente, y cabe preguntarse cómo será la respuesta de las empresas para superar los retos sociales del futuro.
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La presión de la información
Los alarmantes niveles de contaminación que se observan en las economías de prácticamente todo el mundo están moldeando las previsiones de futuro. Están empujado a gobiernos e instituciones a pactar acuerdos y fijarse metas en un corto medio plazo.
En España, por ejemplo, el pasado mes de mayo se reafirmaba la ley de Cambio Climático y Transición Energética, por la que se prohíbe la venta y matriculación de vehículos diésel y gasolina a partir de 2040. Una década después tendrían prohibido siquiera circular.
El efecto sobre las fabricantes de automóviles en este caso es directo. La proactividad, sin embargo, de otros sectores, también ha comenzado a dejar señales del compromiso real que existe en las directivas por construir un futuro más sostenible.
"Empresas que hasta la década de 1980 podían salir impunes de actos de destrucción ambiental y de provocar situaciones causantes de muerte están descubriendo que, desde la llegada de internet y las redes sociales, el mundo está cada vez más informado y es menos tolerante".
Carol A. Adams, profesora de la británica Durhan University School, asegura que las exigencias sociales del "nuevo mundo" ha forzado a multinacionales como BP, Exxon Mobil, Nestlé o Nike a reformarse para poder sobrevivir.
"Estas fuerzas de cambio aumentarán a medida que el mundo se vaya enfrentando al cambio climático, la escasez de agua, el acceso a los alimentos, el incremento de la desigualdad en la distribución de riqueza y muchos otros problemas", añade.
El futuro de la RSC
Si el nacimiento de la Responsabilidad Social Corporativa estaba ligado a la saturación del mercado y a la importancia de la reputación en el juego de mercado, en el futuro el nexo comercial que une intereses será más laxo que nunca.
Es decir, que la RSC ya no se traducirá en medidas concretas, o en actividades de relaciones públicas, sino en políticas sostenibles y consecuentes que buscarán crear valor a largo plazo para la propia empresa y para sus stakeholders.
La crisis del coronavirus ha permitido evidenciar los efectos nefastos del ritmo capitalista sobre el planeta, y ahora los responsables deberán actuar rápido si desean no ser juzgados en el futuro.
"La empresa del futuro sabrá que su éxito dependerá de su manera de relacionarse con la sociedad y con el entorno", apostilla Adams. Ahora bien, si esto ya es complicado en el presente, lo será aún más en las próximas décadas.
La complejidad social y la ambigüedad de los actores serán cada vez mayores, y los negocios necesitarán un sistema de valores consolidado para navegar entre ellas. Los juicios serán más duros, y no será posible prosperar sin una concepción adecuada del bien y del mal.
¿Qué empresas sobrevivirán a la presión que se volcará sobre los actores sociales en el futuro? Aquellas que estén preparadas para la incertidumbre, que construyan asociaciones y relaciones para reforzar su estrategia, y que fomenten el liderazgo colaborativo.
Proteger el medioambiente
En la agenda para "transformar el mundo" que gestiona la ONU, se recoge ya un hecho esperanzador: muchas empresas están aceptando el desafío medioambiental como "una oportunidad de mercado".
Las medidas que pueden tomar las compañías para luchar contra el mayor reto al que se ha enfrentado la humanidad son muy variadas. El organismo recoge "soluciones climáticas mediante la innovación y las inversiones en eficiencia energética, y el desarrollo con emisiones bajas de carbono".
Para favorecer la transición, el Gobierno de España propuso hace unos años La Agenda 2030, un compromiso que, de acuerdo con Unicef, "representa una oportunidad histórica para que la comunidad internacional involucre al sector privado de forma definitiva en el diálogo de la sostenibilidad global y le otorgue el papel protagonista que se merece".
Reflexionar y actuar
Las empresas, por tanto, son "motores clave" de la transformación. Empresas, que en cifras del informe "Las empresas españolas ante la Agenda 2030", ya han empezado a trabajar. De hecho, un 22% ha establecido compromisos públicos y medibles.
Para el Observatorio de los ODS, los propósitos de este articulado internacional que deben tener más peso son el 8 (trabajo decente), el 9 (innovación) y el 13 (acción por el clima). Pero la forma de afrontarlos dependerá del contexto de cada organización.
Se podría pensar que estos postulados tan ambiciosos solo inculpan a las compañías más grandes, pero hay que recordar que el tejido empresarial español está conformado en más de un 99% por pymes, y son estas las que han de cargar con la responsabilidad por su efecto conjunto.
En cualquier caso, la ONU ofrece una serie de objetivos concretos que ayudan a despejar tanta dialéctica y ambigüedad idealista. Ya hay sobre la mesa determinadas políticas de RSC a adoptar:
- Mejorar la eficiencia energética: con uso de bombillas LED y equipos que consuman menos, entre otros.
- Reducir la huella de carbono: tanto de productos como de servicios y procesos. La tecnología es un gran aliado en este frente, para generar consenso y ampliar capacidades.
- Invertir en innovación e inclusión: interesarse por productos climáticamente inteligentes y de bajas emisiones. El teletrabajo puede ser interpretado como una apuesta sostenible de futuro.
- Perseverar: las acciones no pueden estar sujetas a retornos, sino al compromiso de la gerencia con el entorno que rodea a la organización. Los obstáculos serán cuantiosos, pero solo el largo plazo devolverá los resultados esperados.
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